lunes, 29 de junio de 2009

España consiguió el bronce venciendo a Sudáfrica

Para partidos extraños, hombres extraños. Cuando el encuentro se escurría hacia un desenlace deprimente, la triste derrota de España por 0-1, emergió la figura de un futbolista peculiar, inimitable tanto en lo bueno como en lo malo. Cuando tan sólo faltaban dos minutos para la conclusión y nos preparábamos para diseccionar el fiambre de nuestra decepción, justo entonces, surgió Dani Güiza, que no se conformó con marcar un gol, lo que ya le hubiera sido estimable, sino que consiguió dos. Ocurrió en un par de minutos y fueron dos goles muy suyos, medio desmayados, difícil distinguir el talento de la suerte y la intención de la carambola. Aunque todavía se disputaron los minutos de la prórroga, desde esa doble genialidad se construyó la victoria y la ilusión que nos alumbra de nuevo.

De justicia.

El prodigio nos confirma que Dani Güiza ha nacido para jugar en la Selección y en este sentido es de justicia reconocerle el mérito a Vicente Del Bosque. El seleccionador ha tenido poderosas razones para prescindir del delantero jerezano y, sin embargo, ha confiado en él, aun a riesgo de interrumpir la lógica cadena de méritos (Negredo). Lo que en principio entendimos como el voto de confianza del buen tutor ha acabado revelándose como una decisión acertada y útil. Será por su alma guitarrera o por su espíritu flamenco, pero Güiza encaja. Y aporta un visión del juego entre líneas de la que carecen los delanteros titulares. Será bueno tenerlo en consideración para el futuro, cuando aún no sea demasiado tarde.

Si empiezo por el final es porque sólo hubo final. Durante la primera mitad España se arrastró melancólica, tal y como nos temíamos. Ni las sustituciones alteraron la tendencia a la pesadumbre. Más bien al contrario. En el caso de Arbeloa o Cazorla, apuntaron la importancia de los titulares. Sergio Ramos gira entre su gloria y nuestro tormento, pero en España no existe lateral que le tosa. Sin Iniesta en la expedición, ayer tampoco había recambio para Cesc o Xavi. Sin embargo, la táctica explica poco esta vez. No fue una cuestión de extremos o jugones. Coincidió, simplemente, nuestro bajón existencial con el crecimiento de Suráfrica, que ha salido reforzada de su partido contra Brasil y no descarto que la inercia le dure hasta el Mundial.

El choque sólo empezó a activarse con los respectivos cambios, ya entrados en la segunda mitad. Hasta entonces, nos habíamos repartido dominios y quejas al árbitro, un australiano que hubiera sido letal en un partido de verdad. Güiza y Silva refrescaron el ataque de la Selección, mientras Suráfrica nos presentó al delantero Katlego Mphela. Incomprensible que Santana no hubiera contado con él hasta ayer. Su simple entrada ajustó el esquema de los anfitriones. Parker mejoró a su espalda y el equipo pasó de ser un palo a una lanza. Una grieta en el lateral de Arbeloa propició el gol del recién llegado y nuestra depresión general.

Hasta que entró Güiza, el hombre aparte. El empate lo consiguió con un tiro entre un bosque de piernas bafanas. El segundo gol nació siendo un pase a la olla y por el cielo se convirtió en una picardía a la escuadra. Cumplido el tiempo reglamentario, muchos aficionados locales abandonaron el estadio con la vuvuzela entre las piernas. No tardaron en volver. Una falta de Riera, que no fue (le hicieron la cama), dio paso a una falta a 35 metros de la portería de Casillas. Muy lejos nos pareció. Mphela no estuvo de acuerdo. Golpeó con la mordida de la folha seca y el balón subió mucho para descender de pronto, junto a la escuadra.

Falta providencial.

Ya en la prórroga Casillas nos salvó dos veces, no lo olvidemos ahora. Después reclamamos penalti por mano de un surafricano, que saltó de espalda y con los brazos abiertos. Los jugadores protestaron con ganas, pero desde la tranquilidad del observador con silla dio un cierto apuro. Mejor ganar como lo hicimos. A 13 minutos de los penaltis, Xabi Alonso sacó una falta que no encontró ni rematador ni portero. Confundidos unos con otros, defensas con delanteros y el portero consigo mismo, la pelota se alojó junto al palo y nos entregó el tercer puesto de la Copa Confederaciones.

No es para presumir, ciertamente, pero nos permite zanjar la derrota contra Estados Unidos como un accidente, un tropiezo que ahora se justifica mejor con el fabuloso rendimiento de los americanos del norte contra los brasileños de siempre. A fin de cuentas, quienes mantienen que estamos a la altura de Brasil no están tan equivocados...

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